Juan Carlos Cubeiro ha investigado los misterios del liderazgo creativo de Leonardo da Vinci y su aplicación al mundo actual de las empresas. Reflexiona sobre la marca Leonardo da Vinci y traza un paralelismo entre el proceso formativo de Leonardo y el de un ejecutivo. Para él la gran lección de Leonardo es que la genialidad no es cuestión de genética, sino de coraje. Es el autor del libro Leonardo da Vinci y su Códice para el Liderazgo. A continuación la entrevista entre Universia-Knowledge@Wharton y el profesor y director de la consultora de gestión del talento Eurotalent, Juan Carlos Cubeiro. - Mariano Morresi
Universia-Knowledge@Wharton: ¿Puede ponerse precio a la marca Leonardo Da Vinci? ¿Cómo crea un genio una marca que perdura casi seis siglos después de su creación?
Juan Carlos Cubeiro: Por supuesto que la marca Leonardo da Vinci posee un valor que puede calcularse, como el de cualquier empresa, cualquier artista y cualquier deportista con una alta reputación. Un gurú especializado en el tema, David Aaker, diría que la marca Leonardo vale más que la Coca-Cola. Lo curioso es que Leonardo no se propuso convertirse en “la marca” del genio por excelencia, sino que acabó sus días en la Francia de Francisco I. Los franceses, a lo largo de la historia, han sido los mejores embajadores de cualquier marca y no olvidemos que la cuarta parte de la obra pictórica de Da Vinci se encuentra en el Louvre, el primer museo abierto al público. A lo largo de 500 años, Leonardo ha sido biografiado por Giorgio Vasari, en el mismo siglo XVI; el autor de un famoso Tratado de la pintura, en el XVII; el preferido de los academicistas franceses de bellas artes, en el XVIII, y de los apasionados de la independencia italiana en el XIX; considerado “el primer científico” y, más recientemente, inspirador de los estadounidenses amantes del esoterismo, que han querido ver en su obra La última cena, San Juan, la Gioconda mensajes heréticos. No hay un Leonardo, sino varios, y todos muy atractivos. Todos tenemos en mente su famoso autorretrato, como una especie de Sócrates, de Merlín, de chamán occidental. La marca Leonardo se reinventa a sí misma cada cierto tiempo.
UK@W.: Leonardo era pintor, inventor, científico, etc. En el mundo de los negocios, ¿es necesario ser tan polivalente o es preferible la especialización?
J.C.C.: Leonardo tuvo hasta 16 ocupaciones: pintor, escultor, arquitecto, diseñador de interiores, anatomista, ingeniero, agrónomo, óptico, geólogo, botánico, urbanista, músico, gastrónomo, matemático, organizador de fiestas y, supuestamente, filósofo herético. Fue un alma inquieta y profundamente observadora. Hoy sería imposible dominar tantas ciencias y artes a la vez. Afortunadamente, son los equipos formados por personalidades complementarias los que pueden actuar como una mente leonardesca. Cuando la polivalencia se entiende como flexibilidad, como adaptabilidad al entorno cambiante, como inteligencia contextual, es una ventaja en el mundo de los negocios. Cuando se interpreta como que las personas somos intercambiables, como creía y aceptaba el taylorismo clásico, hoy es un absurdo peligroso. Las personas no valemos para todo. El talento requiere de vocación y de disfrute.
UK@W.: ¿Qué lecciones fundamentales se pueden aprender de la vida y el trabajo de Leonardo que sean comparables al mundo corporativo?
J.C.C.: La gran lección de la vida y la obra de Leonardo es que la genialidad no es cuestión de genética, sino de valentía. No se nace con ella, se desarrolla a partir del atrevimiento. Leonardo da Vinci fue un genio porque creó obras verdaderamente geniales, pinturas que son el exponente de la civilización occidental, ingenios que se anticipan en siglos. Y lo consiguió cambiando de entorno, de contexto, cuando aquel en el que vivía ya no le aportaba lo suficiente. Pudo ser un buen pintor de Madonnas en la Florencia de los Medici, pero se animó a trabajar para Ludovico Sforza, para César Borgia, para el Papado, para Francisco I de Francia. Y a cada paso que dio, se elevó su aprendizaje, su reputación y su legado.
UK@W.: ¿Qué empresas actuales podrían servir como ejemplo de empresas leonardescas y por qué?
J.C.C.: En este libro contrapongo empresas leonardescas a empresas tayloristas (doctrina de Frederick Taylor), que es el modelo, expreso o tácito, de la mayor parte de las compañías. El taylorismo nos ha metido en vena que el management es una ciencia (cuando es a la vez ética, ciencia y arte), que el ser humano es por naturaleza perezoso (por eso se desconfía tanto de los profesionales en las organizaciones), que se deben dividir las compañías entre quienes piensan y quienes ejecutan, midiendo tiempos en las tareas y fomentando la especialización. Por el contrario, los entornos leonardescos fomentan la curiosidad, la vocación, el aprendizaje, la iniciativa, el dinamismo, la maestría, la reputación, el legado… He puesto como ejemplos Toyota, Nokia o Apple. En cualquier caso, las empresas no son 100% leonardescas ni 100% tayloristas, sino que tienen distintas proporciones de una y otra.
UK@W.: La dislexia que sufrió Leonardo podría haber sido una desventaja para un genio. ¿Cómo logró el artista invertir la situación y convertir un problema en una oportunidad? ¿Cuál es la moraleja para un alto directivo?
J.C.C.: La dislexia, que es genética entre un 60-70%, no es en absoluto una desventaja, puesto que les permite pensar más rápido y hacerlo mediante imágenes (de 400 a 2.000 veces más veloz que el procesamiento verbal). Cosa distinta es que el sistema educativo suele penalizar a los disléxicos. Sin embargo, para Leonardo la naturaleza fue su escuela. En las artes y en la política encontramos disléxicos extraordinarios, como Washington, Kennedy, Churchill, Andersen, Agatha Christie, Galileo, Edison, Picasso, Lennon… y en los negocios Ford, Rockefeller, Richard Branson, Charles Schwabb, Ted Turner, Walt Disney…
UK@W.: ¿Qué es la vocación para Da Vinci?
J.C.C.: La vocación siempre es una llamada. Es la voluntad de dedicarte en cuerpo y alma a lo que más te gusta, a lo que te satisface plenamente. Leonardo encontró su vocación por las artes en el entorno de la casa de sus abuelos, entre los 5 y los 16 años, junto a su tío Francesco, y tuvo la inmensa fortuna de ingresar en el taller de Verrochio, el mejor de la época, en plena explosión creativa de la Florencia de los Medici. Esa vocación le mantuvo alerta durante toda su vida.
UK@W.: ¿Qué tienen en común el proceso formativo de Leonardo y el de un ejecutivo?
J.C.C.: El proceso formativo del genio florentino no se detuvo nunca. Además de las enseñanzas de Verrochio y su equipo, aprendió de los retratistas de los Países Bajos, de los humanistas del Renacimiento, incluso de Maquiavelo (aunque sus valores fueran muy distintos). Recogió sus observaciones y pensamientos en decenas de miles de páginas de sus cuadernos desde que tenía 30 años. Los mejores directivos no dejan nunca de aprender, de estudiar, de reflexionar, de formarse, de practicar el coaching. Están, personal y profesionalmente, en la mejora continua. No hay peor arrogancia que creer que uno ya lo sabe todo.
UK@W.: ¿Cuáles son los principios de liderazgo que se pueden obtener de la vida de Leonardo da Vinci?
J.C.C.: Liderar es marcar la pauta, es infundir energía, es conseguir que las personas con las que uno se relaciona den lo mejor de sí mismas. El estilo leonardesco en pintura se basa en apreciar las emociones de los personajes (Mona Lisa, los apóstoles de la última cena, San Juan, la Virgen y Santa Ana, los Reyes Magos, las damas de la época, los soldados de la batalla de Anghiari y tantos otros), en “saber escucharles”. Leonardo defendió la paz y la libertad como principios vitales y mostró un altísimo nivel en competencias esenciales para un líder, como son la valentía o el coraje, la capacidad de comunicar, el optimismo, la serenidad y el interés por los demás. Gracias a sus discípulos (los “miembros de su equipo”), nos han quedado sus pinturas, sus tratados, sus cuadernos. Leonardo da Vinci nos enseñó como pocos que el talento no es fijo, no está predeterminado, sino que se desarrolla; por eso un humilde hijo ilegítimo, con pocos estudios, disléxico, asexual, nacido en un pueblecito, pudo llegar a convertirse en el mayor de los genios. Da Vinci nos enseñó que la belleza, la bondad y la verdad (arte, ética, ciencia) están indisolublemente unidas en un todo.
Fuente: Universia-Knowledge@Wharton