Un auténtico manager estratégico se despide de su función. Paradojal y visionario, exitoso y discutido, la huella que deja Bill Gates en el mundo de los negocios es difícil borrarla. Vaya este racconto reflexivo de Enrique Dans para realizar una mirada crítica sobre la trayectoria y la marca del hombre de Microsoft. - Mariano Morresi
Hasta luego, Bill…
William Henry Gates III, Fundador de Microsoft, abandona finalmente su despacho en la compañía tras un largo y anunciado adiós. Ayer tuve la oportunidad de colaborar un poco con Marimar Jiménez en el correspondiente artículo de Ana Nieto en Cinco Días al respecto, y eso me dio la oportunidad de pensar sobre lo que algunos califican como “el fin de una era”, y sobre los puntos positivos y negativos que la figura de Bill Gates ha tenido en la historia de la tecnología.
Gates ha sido, sin lugar a dudas, una de las figuras más importantes e influyentes en la historia de la tecnología. Conocí brevísimamente a Bill en Junio de 1991 cuando, prácticamente recién entrado en el Instituto de Empresa, me tocó organizar la concesión del primer MBA Honoris Causa: yo era un chaval histérico con la presión de la organización del evento, y él un joven con aspecto despistado e incluso algo desaliñado. Más tarde aprendí que la historia de Bill Gates e incluso la de Microsoft se resumía fácilmente en pocas palabras: haber estado allí cuando IBM necesitó algo de ellos, y haber sabido aprovechar la oportunidad de lo que fue ese Microsoft’s Lucky Day que tan bien contado aparece en este documental de ocho minutos que suelo utilizar en clase: la llamada de Jack Sams, su visita a la compañía (donde según él mismo, pensó que Bill era poco menos que el chico de los recados :-) y la petición de desarrollo de un paquete de sistema operativo y lenguaje BASIC para instalar en su IBM PC, que como Microsoft no tenía, adquirió a otra compañía por cincuenta mil dólares, en el mejor equivalente moderno de la venta de la isla de Manhattan por veinticuatro dólares. El resto, es historia.
Desde semejante mágico momento, embrión de algunas de las fortunas más grandes del mundo, ¿qué cosas cuentan en el activo y cuáles en el pasivo de Bill Gates? En primer lugar, por supuesto, la visión de una informática diferente: sencilla, barata, al alcance de cualquiera… “un PC en cada casa, todos ellos corriendo Windows”. Antes de Gates, un proceso de textos como el WordStar o el WordPerfect, o una hoja de cálculo como Lotus 1,2,3 era algo que había que adquirir de manera independiente, con precios fuera del alcance del consumidor medio, y que todos teníamos copiado de un amigo de un amigo de un amigo que conocía a otro amigo que lo tenía en su empresa. Después de Gates, los programas pasaron a costar una fracción del coste original, se usaban de manera muy sencilla, y venían prácticamente preinstalados en el ordenador que acababas de adquirir. Estratégicamente, una de las visiones más brillantes de la historia de la tecnología.
Apostar además por el volumen es claramente el segundo acierto: los programas de Microsoft estaban disponibles para cualquiera, venían con la máquina, se podían copiar fácilmente sin necesidad de levantar protección alguna, eran baratos… entender que lo importante no es ganar dinero a corto plazo vendiendo licencias, sino construir la base que te permitirá vender cualquier cosa en el futuro venidero es, sin duda, otra gran visión. Al cabo de dos versiones, la compañía podía ya ser más rápida y mejor que ninguna otra preparando herramientas para el propio ecosistema que había sido capaz de generar. Un ecosistema en el que podía, además, evitar la entrada de terceros simplemente negándoles las llaves de las APIs, u ofrecer cualquier prestación que hubiesen visto que los usuarios podían desear. Un control total, basado en el dominio de la plataforma y en la definición de estándares propios que, de manera automática, se convertían en estándares de facto, que el resto del mercado estaba obligado a soportar e incorporar.
¿Tercer acierto, para mí? La redefinición del concepto de cliente. Bill Gates se dio cuenta de que los clientes de su empresa no eran los consumidores, fuesen éstos empresas o particulares, sino otros muy distintos: fundamentalmente, los fabricantes de ordenadores. La empresa ha sido capaz de ofrecer la razón más clara y contundente para que los usuarios se cambiasen de ordenador: ofrecerles programas que no funcionaban en su ordenador antiguo. Esto convirtió a Microsoft en el socio que los fabricantes necesitaban para dinamizar su mercado: de no ser por la salida de un nuevo sistema operativo, los usuarios tenían un incentivo muy escaso para cambiar de máquina. Así, Microsoft empezó a desarrollar sus sistemas con el objetivo de conseguir que aumentasen de tamaño y complejidad lo suficiente como para que nadie en su sano juicio pudiese instalarlos sobre su máquina antigua. La pena por no hacerlo era, además, quedarse desfasado y empezar a recibir documentos en un formato que no se podía abrir o daba problemas de compatibilidad. En último término, y por mucho que te hayas gastado en licencias de Windows o de Office, ni tú ni tu empresa habéis sido nunca clientes de Microsoft. Sus clientes eran, en realidad, Hewlett Packard, Dell, Lenovo, Acer y tantos otros. Nosotros no éramos clientes. Nosotros éramos las víctimas.
¿En el lado negativo? En primer lugar, la forma de entender la competencia. Podemos pensar que el fin de toda empresa en el ecosistema capitalista es convertirse en un monopolio, pero Bill Gates, en ese sentido, tomó una interpretación tan abusiva y predatoria que se convirtió, de hecho, en el principal obstáculo a la innovación. La agenda de productos de Microsoft, dictada únicamente por consideraciones de cuota de mercado (”hay que sacar Windows 98, porque el ritmo de ventas de Windows 95 ya ha bajado y estos chicos necesitan además vender ordenadores”), se convirtió en un auténtico “rodillo” imposible de superar: si destacabas, la empresa no tenía más que ofrecer un producto alternativo integrado en su sistema operativo, o de alguna manera negarte el acceso a su base de usuarios. Es un claro ejemplo de la evolución de un monopolio en el tiempo: de permitir una cierta y beneficiosa organización de un mundo hasta entonces incompatible y caótico, a convertirse en un obstáculo para el progreso.
En segundo, no haber sabido ver a tiempo ni el fenómeno Internet, ni el desarrollo de la Web, ni mucho menos eso que se ha dado en llamar la Web 2.0. Bill Gates llegó tarde, mal y a rastras a todas ellas, y eso fue, por ejemplo, lo que dejó huecos por donde pudieron entrar terceros como la mismísima Google, definida hoy como su principal amenaza. En su mentalidad, una red libre organizada en base a protocolos abiertos y disponibles sin excepción para todo el mundo era algo incompatible con su estrategia, y además, tan de imposible control, que no podía traer nada bueno. Su apuesta inicial por redes cerradas y propietarias le impidió convertirse en una empresa capaz de entender la red, algo que aún sigue pagando.
Finalmente, y muy relacionado, la incapacidad para entender que la caída de los costes de transacción y comunicación llevaba de manera inexorable a que el desarrollo de productos se hiciese de manera más ventajosa cuanto más abiertamente se plantease. La irrupción del software libre es algo que Bill Gates nunca fue capaz de entender: pensar hoy en día en el potencial de una Microsoft que hubiese empezado a abrir determinadas partes de sus desarrollos hasta convertirse en una empresa con la participación de las comunidades y el aporte constante de ideas de terceros es algo casi obsceno. Además, la propia actitud de la compañía al respecto ante una competencia que no podía comprar ni sabía como combatir, convirtió a la Microsoft de Gates en “la bestia negra”, en “la bicha” que todo desarrollador de software libre quería combatir: la motivación de “luchar contra el lado oscuro” ha sido durante años una de las razones más poderosas para su popularización.
Hoy se despide de su compañía una figura histórica, alguien que ha tenido un importantísimo papel en la definición de la tecnología que hoy tenemos en nuestras manos. ¿Será capaz su compañía de recorrer los pasos que William Henry Gates III no fue capaz de dar, y de mantener su posición de influencia en la escena tecnológica del siglo en que vivimos? Desde mi punto de vista de persona que ya no usa prácticamente ninguno sus productos, creo que no. Pero eso no debe impedirnos reconocer los méritos de alguien indispensable para entender la evolución y la historia de la tecnología de los años finales del siglo pasado. Es tiempo de valorar la historia y, porqué no, de pensar en su papel en otros temas completamente diferentes en el futuro.
Hasta luego, Bill…
Viernes, Junio 27, 2008
Fuente: El Blog de Enrique Dans http://www.enriquedans.com/2008/06/hasta-luego-bill.html
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