
Creo que 1984 fue el año en el que nos anclamos en el cine (al menos en el cine comercial).
El otro día vi en un post que la mayoría de las películas más taquilleras de ese año eran originales. No adaptaciones, no reboots, no secuelas. Historias nuevas. Universos inéditos. "Cazafantasmas", "Gremlins", "Karate Kid", "En busca de la esmeralda perdida", "Un detective suelto en Hollywood". Todas esas pelis tendrían secuelas pero, en aquel momento, eran una anomalía que mezclaba acción, comedia, aventuras, sin ningún tipo de garantía previa, sin red de seguridad. Eran apuestas. Apuestas millonarias, sí, pero apuestas al fin y al cabo. Productores, estudios, directores y guionistas jugándose su prestigio, su carrera y, a veces, la solvencia de sus compañías, por una idea que nadie había probado antes.
Ahora mira 2024. Las diez películas más taquilleras del año —y no estoy siendo hiperbólico: todas— son secuelas, spin-offs o parte de algún universo compartido. Son la cuarta entrega, la tercera parte, la precuela, el live action, la adaptación de un musical ya famosísimo. Algunas son entretenidas, algunas incluso notables, pero todas —y esto es lo que me preocupa— están construidas sobre cimientos previamente validados. No hay apuesta. No hay vacío. No hay vértigo.
Y lo más inquietante, al menos para mí, es que esa transición cultural coincide punto por punto con el arco de mi generación. Nosotros, los nacidos entre los 70 y principios de los 90, crecimos bajo la ilusión de que éramos los innovadores, los inconformistas, los que venían a dinamitar los cánones heredados. Éramos punkis aunque lleváramos polos. Nos creímos creativamente radicales porque habíamos visto cine indie en versión original o porque escuchábamos Radiohead y no lo que sonaba en "Los 40". Nos sentíamos culturalmente valientes, casi revolucionarios.
Pero ahora resulta que somos nosotros los que llenamos las salas —o más bien, los algoritmos de las plataformas— pidiendo una dosis más del universo que ya conocemos. Una expansión. Una iteración. Otro capítulo. Otro cierre. Otro epílogo del epílogo. Hemos sustituido el riesgo por la familiaridad, la sorpresa por la nostalgia, la posibilidad de lo nuevo por la garantía de lo conocido. No por falta de inteligencia o sensibilidad —eso nunca—, sino por una especie de cansancio difuso, una fatiga acumulada que nos hace preferir la comodidad de una historia ya contada a la incomodidad de tener que aprender las reglas de una nueva.
En algún momento dejamos de buscar lo que no entendíamos para pedir que nos repitieran lo que ya habíamos amado. Lo que amamos hace ya 40 años.
Autor: Pedro Torrijos
Fuente: Twitter/X de Pedro Torrijos
Muy buen análisis y definición de época. Aunque en 1984 ya se podía atisbar con 2 secuelas. Nos cuesta salir del mullido sillón, a los espectadores y los productores, aún cuando marginalmente la ganancia es menor.
ResponderEliminarGracias Martina. Noté el germen en el 84 y que muchas de las películas de ese año luego tuvieron su saga. El "riesgo de la familiaridad" como dice Pedro nos hace más vulnerable a los rompedores, ya sea otro tipo de productos u otras formas de satisfacción.
EliminarSuper interesante, últimamente el libro de Umberto Eco "apocalípticos e integrados" se me repite, en mi mente (casi pidiendo una re lectura) ...
ResponderEliminarGracias Eliana. Y no está mal volver a los clásicos, ante tanta novedad fulgurante y vacía. Pero quedarnos sólo en el confort de lo conocido y la seguridad repetitiva va achicando nuestro margen de vuelo.
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