En su obra “Amor a distancia”, el reconocido sociólogo Ulrich Beck, junto a Elisabeth Beck-Gernsheim, explora los nuevos tipos de relaciones y familias en los escenarios de globalización. Aborda las familias globales y los amores a distancia, combinando parejas con religiones/culturas diferentes, migrantes matrimoniales, turismo reproductivo, empleadas domésticas viajeras, entre otros tópicos que reconfiguran los modelos establecidos.
En un capítulo se pregunta por cuánta distancia o cercanía tolera el amor y cuál es realmente su significado si se lo combina con matrimonio y felicidad. En diferentes épocas, culturas y países se ha respondido de diversos modos a estas combinaciones. Han ido surgiendo secuencias que ordenan amor, matrimonio, hijos, divorcio, como condiciones o posibilidades biográficas. Si la diversidad o el “patchwork” parece ser una norma de los tiempos líquidos y cabe entender su mayor complejidad en un entorno global (para lo cual vale revisar el libro completo), el modelo que se va imponiendo en el siglo XXI tiene rasgos particularmente atractivos, por la forma en que lo expone Beck.
La individualización desde la que se despliega “mi amor, en el que soy” y la imposición de una narrativa épica que justifique y dé sentido a los hechos (“soy mis historias, un héroe en busca de un paraíso”), son características destacadas de la secuencia amorosa del siglo que nos cobija. Hay caos y "reglas" de previsibilidad en el desarrollo vital, comprenderlas es clave para actuar en el ambiente social de los negocios. A continuación un extracto del libro de Beck y Beck-Gernsheim que abre el juego a estos asuntos (aclaración: las negritas son nuestras).
Amor – quizás hijo – quizás matrimonio – quizás divorcio – quizás nuevo amor – quizás otro hijo
En nuestros días, a comienzos del siglo XXI, el modelo del amor individualizado se ha generalizado. Cuando adopta formas radicalizadas está íntegramente referido al yo, al nosotros. Un nosotros que ahora, sobre todo, es espacio de la autopresentación y la automanifestación. La literatura romántica evidencia marcadamente este desarrollo: donde en épocas pasadas el tema dominante era la ruptura de la familia, sus ataduras y coacciones, la literatura más moderna gira en torno a la infructuosidad de un anhelo de felicidad que no conoce límites y describe formas de vida propias de la época del radical avance de la individualización.
Si nos basamos en estas exposiciones, tanto los hombres como las mujeres giran en los bucles infinitos de un anhelo de felicidad insaciable. El horizonte del amor como punto de referencia se transforma. Dicho con ingenio: se trata de sexo, se trata de amor, se trata de hijos. Se trata de cuidados, se trata de mantener y ampliar la propiedad. Pero, sobre todo, se trata de que la persona con la que estoy, la persona con la que me caso, enriquezca, glorifique, revele mi yo.
Lo importante en el matrimonio y en la convivencia para las figuras que aquí se describen como protagonistas de una individualización cada vez más marcada no es por encima de todas las cosas la relación de pareja o matrimonial. Esto también es importante, desde luego. Pero uno se viste individualmente. Se forma individualmente. Las firmas de cosméticos, moda, cuidados faciales, etc., crean productos en serie destinados a la automanifestación, pero la decisión que abre el yo al mundo entero −bajo demanda− es la elección de la pareja.
Ya se trata de un compañero o compañera rico o pobre, católico, musulmán o confesional, hay algo que se puede asegurar sin peligro de equivocarse: tiene historias complejas, elaboradas, evocables por una invitación a hablar, narrables y renarrables sobre el milagro de su amor y matrimonio o sobre las heridas de su separación. E incluso la estructura «cómo me convertí en lo que soy - la historia de mi matrimonio» tiene rasgos predecibles.
Primer rasgo característico: versa sobre dos, y sólo dos, personas (y no sobre familiares, amigos, etc.). Esos yoes y túes habían emprendido un viaje vital en solitario, repleto de tentaciones y errores, antes de encontrarse. El guion de la odisea individualizada es un viaje de descubrimiento legendario repleto de giros irónicos, contradicciones y sorpresas.
El paso que va del amor al emparejamiento o el matrimonio (y después del matrimonio a la separación) tiene una estructura épica (o se compone como una tragedia). Si uno pregunta a una mujer occidental moderna como conoció a su pareja o marido, recibirá como respuesta una narración compleja a la par que profundamente personal, la que esa mujer ha tejido con cuidado en torno a la totalidad de las experiencias que ha memorizado y almacenado para cobrar los intereses del reconocimiento en favor de su originario yo (la moneda «prestigio» de la era del yo).
Dudas («no era mi tipo, en realidad»), felices casualidades («la habitación de la residencia de estudiantes en la que hablábamos sobre el trabajo para la universidad era muy estrecha, uno solo podía sentarse en dos muebles, la silla y la cama»), adversidades y obstáculos («mi padre me cerró el grifo para impedir la relación, algo que, claro, nos unió aún más»), etc. definen el esqueleto de la arquitectura narrativa.
También se puede hacer un pronóstico sobre el final de la narración: antes de la separación, la narración termina con la salvación («no puedo imaginarme como sería la vida sin ella o sin él»). Después de la separación, adquieren protagonismo dudas que «siempre habían estado ahí» («no sé por qué reprimía mis dudas sobre sus infidelidades y me prohibía a mí mismo tomarme en serio las muchas pruebas que de ellas tenía»).
Para terminar, del modelo previsible de este amor radicalmente individualizado forma parte también el narrador, que, basándonos en la imagen que tiene de sí mismo y en la forma narrativa, no sólo es víctima sino también autor de su biografía amorosa. Él o ella se responsabiliza del desarrollo de los acontecimientos, los presenta como consecuencia de las decisiones que ha tomado o ha dejado de tomar, o de lo que ha hecho o dejado de hacer. Y pese a ello, en último término: ¡el culpable de la separación es −cómo no− el otro!
En resumen, en el modelo occidental radicalmente individualizado de comienzos del siglo XXI, el amor es un absoluto, y las tensiones entre individualización, felicidad, libertad y amor constituyen la conditio sine qua non de todo: pareja, matrimonio, paternidad, hogar y economía común. Pero también de la separación y el divorcio. Y de un nuevo matrimonio.
¿La secuencia fija? Ya no existe. En su lugar, una sucesión de cambios, etapas biográficas y transiciones. En las fiestas familiares se encuentran el marido y el exmarido, se suma la tercera mujer del primer marido, mis hijos se pelean con los tuyos y con los nuestros. El matrimonio y la separación son manifestaciones del propio yo.
Fuente: Beck, Ulrich y Beck-Gernsheim, Elisabeth: Amor a distancia: nuevas formas de vida en la era global. 2012. Paidós.
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