Cambalache - Lo barato sale caro
El mercado, nombre de guerra del viejo y no siempre amable "comercio", dicta sus leyes tiránicas en medio de las idas y venidas de un mundo previsible y al mismo tiempo imprevisto. Sus aspectos más frívolos o intrascendentes generan seudoinocentes millones o billones de ganancias o pérdidas; de ahí la importancia mediática que siempre han tenido la moda, la estética y la vidriera de los ricos y famosos diciendo a los pobres y anónimos sus reglas y manías desde la alfombra roja de una feria de vanidades, mezcla de poder y patetismo esnob.
Así, lo que nació como prenda de trabajo de esforzados campesinos y obreros que necesitaban una tela fuerte y resistente a cortaduras y que, al mismo tiempo, los protegiera de las inclemencias del tiempo con más contundencia que el clásico pantalón, se convirtió, en la segunda mitad del siglo XX, en el "moderno blue jean", destinado a los paseos y salidas deportivas, a los picnics estudiantiles y al baile juvenil con el rock and roll como bandera. Era, de todos modos, una prenda algo más barata que un buen pantalón de vestir, mantenía su línea clásica y sobria que se resistía a dejarse influir por modas pasajeras. Pero, a finales de los 60, y sobre todo en las décadas siguientes, el pudoroso vaquero se hizo oxford, con pinzas, sin pinzas, bombilla, tubo, ajustado, holgado, con botamanga floreada, sin botamanga, talle alto, tiro bajo, elastizado y de cualquier color. Todo esto convirtió al viejo, querido y modesto pantalón de laburo en una prenda de alta costura, cara, carísima, extravagantemente onerosa y, más que nada, con marca, esa mágica etiqueta por la que mucho piojo resucitado es capaz de matar. Pero los mandatos del rey mercado exigieron más y más del "pobre jean" y crearon el "jean pobre", o sea, tener dinero suficiente como para pagar un altísimo precio para parecer pobre. Es decir, como soy rico me hago el pobre y achico la brecha entre clases que los gobiernos acentúan, pero, eso sí, si el pobre quiere parecer rico va a tener que dejar un ojo de la cara para adquirir algo parecido a un buen traje, y si quiere seguir pareciendo pobre va a tener que gastar como un rico, a menos que se avenga a comprar uniformes de trabajo. Y rezar que no se pongan de moda en alguna alocada pasarela y también los mamelucos y trajecitos de mucama se conviertan en la vestimenta preferida de Paris Hilton.
La hamburguesa, comida de pobre, se convierte en estas latitudes en un plato de lujo; la pizza, salida alegre de la miseria napolitana que consistió en un poco de pan, sobras de queso y una gotita de tomate, hace rato es comida de restaurante y cuesta caro.
En fin, el mercado no se conforma con fabricar y cotizar "lo caro", sino que se empeña en encarecer lo barato, sofisticar lo simple y venderlo al precio que la moda exija.
En 1870, un pobre vaquero viste un vaquero pobre y en medio del desierto trata de asar una hamburguesa hecha con carne de descarte. En 2007, un niño rico con un vaquero roto y desteñido paga con su tarjeta platinum un combo de hamburguesa hecha con carne de descarte y una gaseosa dietética, mientras piensa qué lindas serán sus próximas vacaciones en una isla pobre, sin luz, gas, agua potable y aire acondicionado, donde sólo tienen acceso los millonarios más exclusivos que quieren darse el gusto de pagar por lo más barato como si fuera lo más caro. ¡Eso es justicia social!
Autor: Enrique Pinti (autor, escritor y artista argentino)
Fuente: Revista La Nación, domingo 29 de julio
En Colombia, mas de uno saldría diciendo que tiene que ver con "el demonio del marketing" que nos crea necesidades. ¿No seremos un poco "demonios" nosotros, las personas? ¿O no será parte de nuestra naturaleza querer cambiar, probar, desear lo que tienen otros, renovarnos, progresar? ¿Y esto de últimas no será beneficioso para el crecimiento de la economía?
ResponderEliminarNo sé, intenté dar respuestas, pero siempre aparecen más preguntas.
Gracias por el espacio.
Marta Algar (de Colombia)