15 de octubre de 2024

En el viaje, soltar no es perder

En esta reflexión, vamos a poner atención en 2 aspectos con los que nos enfrentamos durante el viaje, que se encuentran muy relacionados. Aquellos cosas que “van quedando atrás”, y las “transformaciones” por las que atravesamos.

Comenzando por la primera, nos referimos a objetos, personas o circunstancias que ya no están presentes o disponibles para nosotros en este momento.

Pueden haber dos razones para ello. O lo hemos “perdido” o lo hemos “soltado”. La diferencia parece darse porque en el primer caso, no ha sido nuestra elección, mientras que en la segunda, si.

Es por ello que frente a la pérdida surge la emoción de la tristeza. Y dicha emoción nos informa que hemos perdido algo que no solamente era de valor para nosotros, sino que además, nos encontrábamos totalmente apegados a ello. Reflexionemos un poco sobre nuestros apegos.

Uno de los factores que, según mi mirada, colaboran a la formación de los apegos, es la ilusión de “permanencia”. En efecto, si nos vamos de vacaciones al Caribe, cuando llega el momento de volver a casa no nos “aferramos” a la puerta de la habitación del hotel o al volante del lujoso automóvil que hemos alquilado. Y la razón de ello, es porque éramos plenamente conscientes de que estábamos disfrutando de un muy lindo momento que desde el instante en que lo planificamos tenía fecha de inicio y de finalización. Después de todo, en el hotel nos llaman “pasajeros”, porque de eso se trata. De una experiencia breve y efímera.

Y si bien es cierto que podemos sentir a veces alguna “melancolía” cuando éste período de nuestras vidas llega a su final, ello no nos ha impedido disfrutar del mismo y hasta agradecer el hecho de haberlo podido realizar. Es más, a nuestro regreso, comentamos con nuestros amigos, vecinos y compañeros de trabajo los momentos salientes de nuestras vacaciones.

Cuando una relación de noviazgo termina, extraviamos algún objeto, perdemos un trabajo o fallece un ser querido, adicional a la pena completamente normal por la pérdida, aparece una “resistencia” a aceptar lo ocurrido. Y esa dificultad para aceptar lo ocurrido aumenta a mi criterio la tristeza que nos invade. Todo potenciado, además, porque muy posiblemente hemos tenido la “ilusión” de que aquello que nos provoca la dicha nos acompañará “siempre”, o al menos que esa pérdida ocurrirá dentro de mucho tiempo.

Y cuando la pérdida acontece nos vemos “sorprendidos y dolidos” por lo imprevisto e injusto de la situación. “¿Por qué me pasó esto a mí?”, suele ser una pregunta que he escuchado en sesiones de coaching muchas veces. ¿Por qué no habría de pasarnos esto a cualquiera de nosotros? La vida misma es frágil y breve. Simplemente no nos gusta pensar en ello. El dolor y la angustia suelen ser difíciles de soportar.

Por supuesto que mi intención no es decirle a los demás cómo vivir sus pérdidas. Simplemente me permito compartir con ustedes mis propias reflexiones sobre cómo he resuelto experimentar las mías (soy el único sobreviviente de mi familia de origen).

Hoy, a mi edad, soy más consciente de lo efímero e impermanente que es todo. Pero ello no me impide disfrutar y agradecer todas las posibilidades que la vida me presenta, y durante el tiempo que esto ocurra. Por el contrario, dicha conciencia me ha permitido apreciar circunstancias que en otros momentos de mi vida hubieran pasado desapercibidas. En pocas palabras, voy aprendiendo a enfocarme en la abundancia y no en la escasez, pues he notado que tengo mucho más que agradecer que lamentar.

Nisargadatta Maharaj solía decir que “entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida. Solo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se estanca en las orillas se convierte en problema.

Este sabio se refería justamente a nuestros apegos.

Distinto es cuando elegimos “soltar”. Soltar algo cuando estamos apegados es experimentado como un sacrificio. Pero cuando soltamos algo a lo que ya no le vemos valor o significado, es un proceso gradual y natural que termina ocurriendo prácticamente sin esfuerzo.

Y justamente eso es lo que nos lleva al segundo punto: La transformación.

¿La transformación de qué? De la conciencia acerca de quién y cómo he estado siendo hasta ese momento. En efecto, no es que el objeto, la relación o la circunstancia hayan “perdido” el valor que alguna vez tuvieron. Es que nos damos cuenta que nunca lo tuvieron. Como ya mencioné anteriormente, nosotros mismos le “añadimos” temporalmente esa cualidad. Y así como lo hicimos en su momento, pues después simplemente dejamos de hacerlo y vemos las cosas como son. Como dice el refrán, “basta con volver a un lugar que hace mucho que no visitamos, para ver cuánto hemos cambiado” (eso es especialmente cierto cuando volvemos a leer un libro, mucho tiempo después).

Todo esto que mencionamos son acontecimientos que no solamente ocurren en la vida, sino que forman parte de la vida misma. Y este momento en el que hemos soltado “lo viejo”, es el momento en el que nos preparamos para lo “nuevo”. ¿A qué nos referimos con “nuevo”? Que se trata de un proceso de transformación interior que nos abre las puerta a lo “desconocido”.

Y como todo lo desconocido nos genera temor, es que dudamos entre volver a lo ya conocido, o con coraje dar un paso adelante y continuar con el viaje.

Tal vez el lector ya comience a tener un atisbo de lo que pueda está por venir. Cuando hablamos de transformación nunca se refiere a lo “externo” a nosotros. Se trata de un cambio de aquellas características que han constituido nuestra propia identidad. Aquella con la que nos hemos identificado hasta el presente.

Estamos atravesando lo que para la oruga es la transformación de su “apariencia”, pero que para nosotros se trata de nuestra verdadera identidad. No es que nuestra esencia haya cambiado. Ella siempre estuvo allí presente. Simplemente hemos comenzado a cambiar nuestra confusión o ignorancia, por el conocimiento de nuestro verdadero “Ser”.

Como decía Alan Watts (*) “Despertar a quien eres requiere dejar ir a quien te imaginas ser”. Pero para profundizar y comprender lo que esto significa, volveremos a ello más adelante.

Mientras tanto, sin olvidar que ya estoy en el “atardecer” de mi vida, sigo adelante por el camino, disfrutando de la belleza de los “amaneceres” (**) que la vida todavía me regala.

Hasta la próxima!


(*) Alan Wilson Watts fue un filósofo británico, así como editor, sacerdote anglicano, locutor, decano, escritor, conferenciante y experto en religión. Se le conoce sobre todo por su labor como intérprete y popularizador de las filosofías asiáticas para la audiencia occidental.

(**) Escuché alguna vez, que “Amanecer” proviene de “Ama Nacer”. Que no es otra cosa que hacer que cada día cuente en el “largo” camino de regreso a casa.



Autor: Santiago María Guerrero (Santiago es coach y facilitador, fue profesor de los Posgrados PIDE y DBA)

8 de octubre de 2024

Vorágine: la batalla por el foco en la era de la atención

En un mundo donde la distracción es la norma, perdemos fácilmente nuestro enfoque. Como primates hipnotizados por un truco de magia, caemos en el "dumb scrolling" de las redes sociales, esperando que una noticia cambie nuestro día, sin darnos cuenta de que lo único que cambia es el día en sí, y no para mejor.

La gestión del tiempo a menudo se ve bajo una luz mercantilista, vista como una herramienta para maximizar la productividad tanto en el trabajo como en el ocio. Sin embargo, enfrentarnos a los ladrones de atención requiere jugar su juego capitalista, a menos que optemos por estar completamente fuera de él.

Nos encontramos atrapados en una vorágine de tareas diarias, en un mundo inflado de necesidades: la última tecnología, vinos caros, moda de temporada, coches eléctricos, y ahora, en una guerra por nuestra atención, determinando qué información consumimos.

La pregunta entonces se plantea: ¿Para qué queremos nuestro tiempo? Este cuestionamiento, nos invita a reflexionar sobre nuestros fines últimos en la vida. ¿Tenemos que tener un fin definido? O quizás, deberíamos enfocarnos más en disfrutar aquello que nos gusta, aquello que queremos hacer más.

Claves para una Mejor Gestión del Tiempo:
1️⃣ Conocer el Propósito: El primer paso para un manejo eficaz del tiempo es saber ¿para qué? Sin un propósito, somos susceptibles de perder tiempo en distracciones sin sentido.
2️⃣ Proteger Nuestro Foco: Nuestro enfoque es una mercancía valiosa; no debemos desperdiciarla en mercados que devalúan nuestra atención. Establecer límites en el uso de redes sociales y pantallas es crucial.
3️⃣ Técnicas Prácticas: Implementar hábitos como evitar las pantallas al inicio y final del día, reducir su uso los fines de semana, y practicar la técnica Pomodoro para gestionar mejor nuestro tiempo.
4️⃣ Conciencia y Contemplación: Momentos de meditación y conciencia plena nos ayudan a redirigir nuestra atención cuando nos desviamos. Utilizar el aburrimiento como una oportunidad para la contemplación puede fomentar un pensamiento más positivo y creativo.

Al comprender y aplicar estas estrategias, no solo estamos combatiendo el capitalismo desde dentro, sino que también estamos reclamando nuestro tiempo y atención para lo que verdaderamente importa. La gestión del tiempo, lejos de ser una herramienta mercantilista, es un medio para vivir una vida más plena y enfocada.


Autor: Alejandro Lang (Alejandro es profesor de la Diplomatura DIDIE)

1 de octubre de 2024

Optimismo realista e irrealista

En principio es necesario partir de qué entendemos por optimismo.

Optimismo es la esperanza de que lo que suceda es lo que tenemos como expectativa y que también en general sea positivo.

Cuando lo que esperamos no es positivo o satisfactorio solemos decir que estamos frente a sujetos pesimistas.


Esta pequeña introducción es la que normalmente usamos para identificar a las personas por la manera de ver con mayor frecuencia una u otra postura, sé es optimista o sé es pesimista.

Como ejemplo de la vida cotidiana cuando estamos con el tiempo justo para llegar a una función de cine y algún integrante del grupo dice “no vamos a llegar”, le endilgamos el “sos pesimista”. Otro ejemplo es cuando vamos a hacer un reclamo por la compra de un electrodoméstico y antes de ir pensamos en que no nos van a aceptar el mismo. Sobran los ejemplos y son abundantes cuando nos referimos a la expectativa de que vamos a ser mal atendidos en las oficinas de organizaciones que nos prestan servicios.

Podemos decir que este análisis está hecho a partir de las expresiones y comportamientos de los individuos y para algunos autores es una característica hereditaria.

En mi experiencia como consultor y coach podría comentar algunos casos en los que claramente hijos de optimistas son más optimistas que sus progenitores pero otros donde este fenómeno no se verifica. He visto hijos optimistas de padres pesimistas e hijos pesimistas de padres optimistas.

Esta primera definición ilustrada con ejemplos nos permite ahora dejar de lado a los pesimistas y ocuparnos de analizar dos tipos dentro del conjunto de los optimistas.

Estos son los optimistas realistas y los optimistas irrealistas también conocidos como ilusorios.

Hay numerosos estudios estadísticos acerca de ventajas o características de los realistas pero como todas las referidas a los seres humanos no son absolutas, no son blanco o negro. He seleccionado algunas de ellas por conocer personas que las poseen:
  • Son más longevos (estudios de la Universidad de Harvard).
  • Sus actitudes y comportamientos son consistentes con su optimismo realista.
  • Le dedican tiempo al análisis del contexto (Carl Honoré).
  • No niegan la existencia de hechos negativos y dificultades pero piensan y actúan no para eliminarlos sino para ver como los sortean.
  • Entienden los hechos negativos o dificultades como pasajeros y cambiantes para distintas situaciones.
  • Aceptan que los resultados no sólo provienen del contexto externo sino también de ellos mismos.
Vale la pena resaltar este último punto porque si siempre se piensa que nuestras desgracias se deben a causas externas la transformación a pesimistas es inmediata e irreversible.

Tengo varios ejemplos de Gerentes optimistas irrealistas y rondan acerca de prometer o incluso de comprometerse al cumplimiento de proyectos o pedidos en tiempos más cortos que los que hasta ahora pudieron lograr.

Podríamos decir que son personas ineficientes o mentirosas cuando en realidad creen que van a poder cumplir y por eso se comprometen, pero frente al fracaso, al analizar el porqué, advierten que no han hecho un buen análisis de los datos de base.

Los optimistas irrealistas tienen esa característica, se emocionan con nuevas oportunidades o proyectos sin evaluar a fondo los riesgos y desafíos, no tienen en cuenta que muchas veces dependen de la actitud, del comportamiento y del grado de optimismo de sus colaboradores.

Tienen una visión excesivamente positiva y poco realista del contexto.

Podríamos extraer de nuestra memoria algunos ejemplos muy conocidos que han podido sortear enormes dificultades gracias a mantener un equilibrio entre distintas visiones (la parábola del medio vaso lleno y el medio vaso vacío) y a su optimismo realista:
  • Viktor Frankl: prisionero durante mucho tiempo en los campos de concentración. Su actitud y comportamiento mostraron claramente su optimismo realista a pesar de las innumerables situaciones adversas que tuvo que soportar como ser la muerte allí de su familia. Fue el creador de la logoterapia. Autor de “El hombre en busca de sentido”.
  • Hellen Keller: a los diecinueve meses de vida sufrió una grave enfermedad que le provocó la pérdida total de la visión y la audición. Después de graduarse en la escuela secundaria, ingresó en el Radcliffe College, donde recibió una licenciatura, convirtiéndose así en la primera persona sordociega en obtener un título universitario. A lo largo de su vida, redactó múltiples artículos y más de una docena de libros sobre sus experiencias y modos de entender la vida, entre ellos: “La historia de mi vida”, “Luz en mi oscuridad” y "El mundo en el que vivo".
  • Nelson Mandela: prisionero durante 27 años en penosas condiciones, el gobierno de Sudáfrica rechazó sistemáticamente todas las peticiones de que fuera puesto en libertad. Las elecciones de 1994 convirtieron a Mandela en el primer presidente negro de Sudáfrica (1994-1999).
Todos creemos ser optimistas, la pregunta a hacernos es cuánto de ese optimismo es realista y cuánto irrealista o ilusorio, recordando que lo ideal es que ambos estén equilibrados.


Libros referenciados:
Honoré, Carl: "La lentitud como método". RBA Bolsillo.
Behar, Howard: "No es por el café". Empresa Activa.
de Bono, Edward: "Seis sombreros para pensar". Granica.
Frankl, Viktor: "El hombre en busca de sentido". Herder.


Autor: Rodolfo Danishewsky (Rodolfo es consultor y coach, profesor de la Diplomatura DBA)