11 de mayo de 2017

No hay país para los viejos

Hablamos tanto de cambio y de innovación, que a veces se nos olvidan los fundamentos. Cuando se trata de las bases sociológicas, un referente ineludible es Zygmunt Bauman. A modo de homenaje por su reciente fallecimiento, dejamos un extracto de "La sociedad sitiada". Y la pregunta picando ¿cuán bien o mal está el modelo mental vigente?



En una entrevista llevada a cabo hace años, Ed MacCracken, de Silicon Graphics, esbozó algunos de los lineamientos que sentarían las bases de una nueva filosofía empresarial, que a su entender era terriblemente necesaria y debía haberse producido mucho antes:


La clave para obtener una ventaja competitiva no es reaccionar al caos: es más bien producir ese caos (...) Creemos que este nivel de cambio, caótico y veloz, se mantendrá así por siempre, y que incluso seguirá acelerándose (...) La irreverencia es importante en un entorno altamente creativo (...) Además, la diversión y la irreverencia hace temer menos el cambio (...) Por ejemplo, hace poco reemplazamos dos divisiones viejas por cinco nuevas (...) Trajimos una banda de Nueva Orleans y celebramos un velatorio en nuestro campus de Mountain View. Llenamos dos ataúdes con todo tipo de objetos que solían utilizarse en las viejas divisiones y los enterramos. Esta ceremonia contribuyó a reforzar nuestra filosofía de que debemos ver la vida como es y como podría ser, y no como fue.(1)

Norman Augustine resumió la estrategia que las compañías más exitosas ya estaban siguiendo y a la que todas las demás apuntaban cuando afirmó que "la cuestión central se ha vuelto evidente en sí misma: hay dos tipos de compañías, las que cambian y las que quiebran". El cambio se ha vuelto imperativo, y un fin en sí mismo que no necesita justificación ulterior. Como observara Richard Sennett, en la actualidad "se destruyen o abandonan emprendimientos perfectamente viables, y se deja ir a empleados meritorios en vez de recompensarlos, sólo porque la organización debe demostrarle al mercado que es capaz de cambiar". La permanencia llama al desastre; lo mismo ocurre, por consiguiente, con la preferencia por capitalizar los logros del pasado antes que perseguir nuevos objetivos, por seguir utilizando formas y métodos que en el pasado habían demostrado ser efectivos pero que ya no sirven más, o por cuidar celosamente lo que se ha sabido conseguir y que ha demostrado ganancias, manteniéndolo inamovible. La transitoriedad y la obsolescencia inherente se transforman en recursos: ciertamente, en fuente de ganancias instantáneas o a corto plazo, sí; pero las ganancias a corto plazo son las únicas que cuentan en un mundo que ya no se sujeta a reglas que tengan segura chance de sobrevivir a las acciones que regulan.

En el corto plazo, "deshacerse de recursos" es "económicamente más sensato" que "construir recursos"; deshacerse de lo que había anteriormente es más conveniente y promete mayores beneficios que la trabajosa labor que implica construir paso por paso. Andrei Schleifer y Larry Summers explicaron el procedimiento: durante la reorganización de una empresa, durante la absorción de una por otra, o durante la fusión entre dos de ellas, donde las disputas deben ser "resituadas", "rediseñadas" y "racionalizadas", las ganancias se derivan del incumplimiento de los contratos: surgen de librarse de compromisos demasiado costosos, como es el caso del personal mejor pago y de mayor antigüedad, o licuar las inversiones locales, dejando en el corto plazo un tendal de ingenuos "inversores" plantados, para luego simplemente hacerse del dinero y huir. En el corto plazo, el incumplimiento de los contratos es un recurso altamente redituable para los poderosos, para aquellos lo suficientemente móviles, volátiles y versátiles para emplearlo. Sin embargo, debido a que se emplea este recurso, y porque los "inversores" saben muy bien que pueden ser tomados por sorpresa en cualquier momento y lugar, la confianza -ese cemento que mantiene unidos el presente conocido y los futuros imaginados, la sustancia que fija las acciones aisladas haciendo de ellas trayectorias de largo alcance- se está desvaneciendo. Adquirir compromisos a largo plazo, así como depender de los compromisos de los otros, está asumiendo cada vez más la apariencia de una conducta irracional, al desentonar más y más con la experiencia de la vida diaria. Por otro parte, el carácter endeble de los contratos, la volatilidad de los compromisos y lo provisorio de las asociaciones son considerados cada vez más "la opción racional". Sostenidos por la complicidad de los actores, acaban por autoimpulsarse cada vez a mayor velocidad. Los marcos que solían dar forma a los proyectos de vida, ese material moldeado en la experiencia con el que solían tejerse las imágenes de la "sociedad" en tanto totalidad sólida y duradera, se han vuelto frágiles y quebradizos; a pesar de resultar útiles en un momento dado, ya no puede pedírseles a los marcos conceptuales que sobrevivan a los problemas puntuales para los que fueron pensados. La fragilidad de los marcos se vuelve a su turno la premisa verificable en la experiencia de lo que François Dubet llamó "la desaparición de la sociedad". Cualquier sea la "totalidad" que se imagina en su lugar, ésta se compone solamente a partir de un mosaico de destinos individuales que se encuentran por un instante, para continuar luego cada uno por su propio camino, con fuerzas renovadas, al instante siguiente.


Fuente
Bauman, Zygmunt: La sociedad sitiada. 2004. Fondo de Cultura Económica.

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