25 de noviembre de 2025

¿Cambio constante? Sí, pero con propósito.

Vivimos en un contexto donde el cambio es una constante. Transformaciones, automatizaciones, actualizaciones e incluso disrupciones impulsadas por la inteligencia artificial. En ese vértigo hacia un futuro organizacional supuestamente mejor, hay un costo oculto del que pocas veces se habla: el desgaste de los colaboradores.

¿Cuánta resiliencia se les puede pedir a los equipos frente a un entorno de cambio continuo (externo e interno) sin que eso termine afectando su compromiso, su energía y su capacidad de aportar?
Pienso en la agilidad como un reflejo. Me gusta usar la imagen de un lago en medio de un bosque, rodeado de montañas. El lago es la organización, y su capacidad de adaptación debería verse reflejada en su superficie. Si llueve, el lago lo muestra. Si hay viento, también. Si el clima es calmo, eso también se percibe. Pero el verdadero problema está debajo de esa superficie: ¿cuánto movimiento interno es necesario para responder a cada cambio externo?

Quienes trabajamos en el mercado argentino estamos acostumbrados a convivir con lo impredecible (devaluaciones, cambios normativos, alteraciones bruscas en los hábitos de consumo). Y, sin embargo, eso no justifica la estrategia del "volantazo". Reaccionar de manera abrupta y sin rumbo (sin preparar ni alinear a los colaboradores) termina desestabilizando. Es como viajar parado en un colectivo sin nada de qué agarrarse: te la pasás rebotando de un lado a otro, sin dirección.

A esto se suma otro problema frecuente: la pobre comunicación interna (y muchas veces también externa). Las decisiones estratégicas bajan sin contexto, sin narrativa, sin espacios para el diálogo o la construcción colectiva. Y así, los colaboradores dejan de colaborar. Porque nadie se compromete con lo que no entiende o no siente propio.

Recuerdo que durante una de las materias de comunicación del MBA, llegamos a una conclusión que me quedó grabada: la comunicación le da voz a la estrategia. Podemos tener el mejor plan (diseñado incluso con consultores expertos), pero si no sabemos comunicarlo con claridad, con tiempo y con empatía, no hay estrategia que se sostenga. La ejecución necesita del entendimiento y la participación activa de quienes van a llevarla adelante.

Cambiar está bien (de hecho, gran parte de mi trabajo consiste en facilitar el cambio). Lo que no es sostenible es cambiar todo el tiempo, y peor aún, cambiar contradiciendo lo que se decía apenas unos meses atrás. El efecto no es solo cansancio: es pérdida de credibilidad. La sensación de que “no saben lo que están haciendo”, de que es otro “manotazo de ahogado”.

Sí, cambiemos. Pero construyamos desde una visión clara. Sumemos a los colaboradores a la aventura de lo nuevo, pero con coherencia y propósito. Porque el cambio, para que funcione, necesita algo que no siempre se dice: consistencia.


Autor: Federico Dappiano (Federico es profesor de la Diplomatura DIDIE)

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