El tema de la especialización y la diversidad es particularmente relevante para nuestro paradigma del management estratégico. Hurgando en impulsores del conocimiento, nos topamos con Ortega y Gasset, que ya en la década de 1920 hablaba del tema, en su clásico "La rebelión de las masas". A continuación un extracto de esta obra, del capítulo que tiene el mismo título del post, muy adecuado para indagar en la lógica del tema.
Mariano Morresi
"La ciencia experimental se inicia al finalizar el
siglo XVI (Galileo), logra constituirse a fines del siglo XVII (Newton) y empieza
a desarrollarse a mediados del XVIII. El desarrollo de algo es cosa distinta de
su constitución y está sometido a condiciones diferentes. Así, la constitución
de la física, nombre colectivo de la ciencia experimental, obligó a un esfuerzo
de unificación. Tal fue la obra de Newton y demás hombres de su tiempo. Pero el
desarrollo de la física inició una faena de carácter opuesto a la unificación.
Para progresar, la ciencia necesitaba que los hombres de ciencia se
especializasen. Los hombres de ciencia, no ella misma. La ciencia no es
especialista. Ipso facto dejaría de ser verdadera. Ni siquiera la ciencia
empírica, tomada en su integridad, es verdadera si se la separa de la
matemática, de la lógica, de la filosofía. Pero el trabajo en ella sí tiene —
irremisiblemente — que ser especializado.
Sería de gran interés, y mayor utilidad que la
aparente a primera vista, hacer una historia de las ciencias físicas y
biológicas mostrando el proceso de creciente especialización en la labor de los
investigadores. Ella haría ver cómo, generación tras generación, el hombre de
ciencia ha ido constriñéndose, recluyéndose, en un campo de ocupación
intelectual cada vez más estrecho. Pero no es esto lo importante que esa
historia nos enseñaría, sino más bien lo inverso: cómo en cada generación el
científico, por tener que reducir su órbita de trabajo, iba progresivamente
perdiendo contacto con las demás partes de la ciencia, con una interpretación
integral del universo, que es lo único merecedor de los nombres de ciencia, cultura,
civilización europea.
La especialización comienza precisamente en un tiempo
que llama hombre civilizado al hombre "enciclopédico". El siglo XIX
inicia sus destinos bajo la dirección de criaturas que viven
enciclopédicamente, aunque su producción tenga ya un carácter de especialismo.
En la generación subsiguiente, la ecuación se ha desplazado, y la especialidad
empieza a desalojar dentro de cada hombre de ciencia a la cultura integral.
Cuando en 1890 una tercera generación toma el mando intelectual de Europa, nos
encontramos con un tipo de científico sin ejemplo en la historia. Es un hombre
que, de todo lo que hay que saber para ser un personaje discreto, conoce sólo
una ciencia determinada, y aun de esa ciencia sólo conoce bien la pequeña
porción en que él es activo investigador. Llega a proclamar como una virtud el
no enterarse de cuanto quede fuera del angosto paisaje que especialmente
cultiva, y llama dilettantismo a la curiosidad por el conjunto del saber.
El caso es que, recluido en la estrechez de su campo
visual, consigue, en efecto, descubrir nuevos hechos y hacer avanzar su
ciencia, que él apenas conoce, y con ella la enciclopedia del pensamiento, que
concienzudamente desconoce. ¿Cómo ha sido y es posible cosa semejante? Porque
conviene recalcar la extravagancia de este hecho innegable: la ciencia
experimental ha progresado en buena parte merced al trabajo de hombres
fabulosamente mediocres, y aun menos que mediocres. Es decir, que la ciencia
moderna, raíz, y símbolo de la civilización actual, da acogida dentro de sí al
hombre intelectualmente medio y le permite operar con buen éxito. La razón de
ello está en lo que es, a la par, ventaja mayor y peligro máximo de la ciencia
nueva y de toda civilización que ésta dirige y representa: la mecanización. Una
buena parte de las cosas que hay que hacer en física o en biología es faena
mecánica de pensamiento que puede ser ejecutada por cualquiera, o poco menos.
Para los efectos de innumerables investigaciones es posible dividir la ciencia
en pequeños segmentos, encerrarse en uno y desentenderse de los demás. La
firmeza y exactitud de los métodos permiten esta transitoria y práctica
desarticulación del saber. Se trabaja con uno de esos métodos como con una
máquina, y ni siquiera es forzoso, para obtener abundantes resultados, poseer
ideas rigorosas sobre el sentido y fundamento de ellos. Así, la mayor parte de
los científicos empujan el progreso general de la ciencia encerrados en la
celdilla de su laboratorio, como la abeja en la de su panal o como el pachón de
asador en su cajón.
Pero esto crea una casta de hombres sobremanera
extraños. El investigador que ha descubierto un nuevo hecho de la naturaleza
tiene por fuerza que sentir una impresión de dominio y seguridad en su persona.
Con cierta aparente justicia, se considerará como "un hombre que
sabe". Y, en efecto, en él se da un pedazo de algo que junto con otros
pedazos no existentes en él constituyen verdaderamente el saber. Esta es la
situación íntima del especialista, que en los primeros años de este siglo ha
llegado a su más frenética exageración. El especialista "sabe" muy
bien su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto.
He aquí un precioso ejemplar de este extraño hombre
nuevo que he intentado, por una y otra de sus vertientes y haces, definir. He
dicho que era una configuración humana sin par en toda la historia. El
especialista nos sirve para concretar enérgicamente la especie y hacernos ver
todo el radicalismo de su novedad. Porque antes los hombres podían dividirse,
sencillamente, en sabios e ignorantes, en más o menos sabios y más o menos
ignorantes. Pero el especialista no puede ser subsumido bajo ninguna de esas
dos categorías. No es sabio, porque ignora formalmente cuanto no entra en su
especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es "un hombre de
ciencia" y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir
que es un sabio-ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un
señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante,
sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio.
Y, en efecto, este es el comportamiento del
especialista. En política, en arte, en los usos sociales, en las otras ciencias
tomará posiciones de primitivo, de ignorantísimo; pero las tomará con energía y
suficiencia, sin admitir — y esto es lo paradójico — especialistas de esas
cosas. Al especializarlo, la civilización le ha hecho hermético y satisfecho
dentro de su limitación; pero esta misma sensación íntima de dominio y valía le
llevará a querer predominar fuera de su especialidad. De donde resulta que aun
en este caso, que representa un máximum de hombre cualificado — especialista —
y, por lo tanto, lo más opuesto al hombre-masa, el resultado es que se
comportará sin cualifícación y como hombre-masa en casi todas las esferas de
vida.
La advertencia no es vaga. Quienquiera puede observar
la estupidez con que piensan, juzgan y actúan hoy en política, en arte, en
religión y en los problemas generales de la vida y el mundo los "hombres
de ciencia", y claro es tras ellos, médicos, ingenieros, financieros,
profesores, etcétera. Esa condición de "no escuchar", de no someterse
a instancias superiores que reiteradamente he presentado como característica
del hombre-masa, llega al colmo precisamente en estos hombres parcialmente
cualificados. Ellos simbolizan, y en gran parte constituyen, el imperio actual
de las masas, y su barbarie es la causa inmediata de la desmoralización
europea.
Por otra parte, significan el más claro y preciso ejemplo
de cómo la civilización del último siglo, abandonada a su propia inclinación,
ha producido este rebrote de primitivismo y barbarie.
El resultado más inmediato de este especialismo no
compensado ha sido que hoy, cuando hay mayor número de "hombres de ciencia"
que nunca, haya muchos menos hombres "cultos" que, por ejemplo, hacia
1750. Y lo peor es que con esos pachones del asador científico ni siquiera está
asegurado el progreso íntimo de la ciencia. Porque ésta necesita de tiempo en
tiempo, como orgánica regulación de su propio incremento, una labor de
reconstitución, y, como he dicho, esto requiere un esfuerzo de unificación,
cada vez más difícil, que cada vez complica regiones mas vastas del saber
total. Newton pudo crear su sistema físico sin saber mucha filosofía, pero
Einstein ha necesitado saturarse de Kant y de Mach para poder llegar a su aguda
síntesis. Kant y Mach — con estos nombres se simboliza sólo la masa enorme de
pensamientos filosóficos y psicológicos que han influido en Einstein — han servido
para liberar la mente de éste y dejarle la vía franca hacia su innovación. Pero
Einstein no es suficiente. La física entra en la crisis más honda de su
historia, y sólo podrá salvarla una nueva enciclopedia más sistemática que la
primera.
El especialismo, pues, que ha hecho posible el
progreso de la ciencia experimental durante un siglo, se aproxima a una etapa
en que no podrá avanzar por sí mismo si no se encarga una generación mejor de
construirle un nuevo asador más provechoso.
Pero si el especialista desconoce la fisiología
interna de la ciencia que cultiva, mucho más radicalmente ignora las
condiciones históricas de su perduración, es decir, cómo tienen que estar
organizados la sociedad y el corazón del hombre para que pueda seguir habiendo
investigadores. El descenso de vocaciones científicas que en estos años se
observa — y a que ya aludí — es un síntoma preocupador para todo el que tenga
una idea clara de lo que es civilización, la idea que suele faltar al típico
"hombre de ciencia", cima de nuestra actual civilización. También él
cree que la civilización está ahí, simplemente, como la corteza terrestre y la
selva primigenia."
Fuente: Ortega y Gasset, José. "La rebelión de las masas". Alianza. Edición 1999.